- Por fin te despiertas… dime, ¿estás bien?
- ¿Y tú quién eres? – Ken dudaba sobre si agarrar la mano de aquel desconocido. Pero en medio de un vasto desierto, no habría muchas alternativas posibles.
- Me llamo Ryo Akiyama – respondió alegremente el muchacho de unos once años - ¿sabes dónde estás?
Obviamente Ken no sabía donde se hallaba. Lo último que recordaba era el centelleo cegador de la pantalla de su cuarto cuando cogió ese extraño dispositivo. Pese a encontrarse desorientado y cansado, levantó su mano derecha y la puso a la altura de sus ojos, que estaban abriéndose cada vez más ante la sorpresa que le supuso encontrarse con que ese raro aparato seguía con él. No era un sueño. O quizás simplemente seguía soñando…
- Encantado, Ryo – Ken sólo sabía ser amable, aun encontrándose en una situación tan extrema como lo era aquella. – Pues no… no sé donde estamos, la verdad.
- Antes de nada, dime cómo te llamas – propuso el nuevo amigo.
- Mi nombre es Kenneth Ichijouji. Pero puedes llamarme Ken… - respondió tímidamente Ken.
- Vale. Responderé a tu pregunta sobre dónde estamos – dijo en un tono interesante Ryo. - ¿Has oído hablar alguna vez sobre los Digimon?
- No…
Ryo alzó una ceja antes de sonreír comprensivamente.
- Entonces tú y yo tenemos mucho que hablar… por lo pronto, te diré que estamos en el mundo digital…- dijo antes de coger a Ken de la mano y llevarlo a pasear por esa gigante extensión de arena y dunas.
Comenzó a charlar con el crío recién llegado a ese mundo, que escuchaba atento y sorprendido todas las explicaciones que le daba su maestro sobre el tal mundo digital. Le habló brevemente sobre la historia reciente, sobre cómo unos valientes chicos de primaria habían conseguido salvar aquellas tierras. Pero no lo habían hecho solos. Ryo explicó más a fondo estos hechos tras notar que Ken mostraba interés por las aventuras de aquellos desconocidos héroes.
- Eran el grupo de los “niños elegidos”. Eran como nosotros, pero ellos fueron designados para salvar el mundo. Eran ocho, y se llamaban Tai, Matt, TK, Sora, Mimi, Joe, Izzy y Kari. Finalmente derrotaron a las fuerzas de la oscuridad, aunque, pequeño Ken – Ryo pausó su charla un momento para tomar aire – debes saber siempre una cosa. La oscuridad nunca desaparece por completo. Siempre debe existir. Si no existiese oscuridad, no existiría luz. Por ejemplo, - señaló una palmera a lo lejos – esa palmera arroja sombra porque le dan los rayos del sol. ¡Por cierto! Si hay palmeras… ¡hay agua!
Ryo salió corriendo hacia esa palmera, cogiendo a Ken de la mano, quien apenas podía seguir los pasos del entusiasmado muchacho. Debería haber estado vagando un tiempo por ese desolado paraje, sin agua, y aún así se había parado a recibirle. Ken estaba encantado con la amabilidad y hospitalidad de aquel chaval, aunque aún era un poco escéptico sobre él. No sabía ni quién era, y su madre siempre le había enseñado a no ir con desconocidos. Sin embargo, en esta ocasión algo en su interior le decía que fuese, le inspiraba total confianza.
Una vez llegados a ese oasis, que gozaba de sombra y abundante agua cristalina en un lago, los dos niños introdujeron ansiosos sus cabezas en la charca, pasando un buen rato jugueteando felizmente. Pero una aguda voz interrumpió su juego.
- Ryo… - dijo esa voz entrecortada por la emoción - ¿es él? ¿Es él? ¿De verdad? ¿Crees que es él? ¡Sí, lo siento… es él!
- Tranquilízate… - se giró y miró a Ken – Ken… te presento a Wormmon. Es tu compañero digimon.
Una pequeña criatura se descubrió, saliendo de entre arbustos. Era parecido a un gusano, de un vivo color verde, con un anillo negro en su cola y boca vertical y morada. Su tamaño no era mayor al de un gato grande. Pese a lo que pudiese parecer, aquella cosa no era para nada asquerosa ni aterradora. La palabra exacta que lo definía era adorable.
- ¿QUE QUÉEEE? – Ken no se podía creer lo que veía y oía – Esto debe ser un sueño… sí, exacto… debo estar soñando.
Ryo se reía a carcajadas, ya que se esperaba esa reacción por parte del niñito, quien se encontraba realmente superado por la situación. Tardó unos minutos en asimilar las circunstancias. Era totalmente real lo que estaba viviendo.
- Ken… hola… me llamo Wormmon… - decía el gusano tímidamente – soy tu compañero Digimon…
- Sí… - Ken cambió su gesto asombrado por uno feliz – Sí… sí… ¡sí! Tu eres mi compañero Digimon, ¿no? ¡Qué bien! Soy feliz…
De repente su actitud temerosa hacia Wormmon cambió a total confianza, como si ya lo conociese de un largo tiempo. Cuando se lanzó a abrazar al adorable bicho, el dispositivo que llevaba atado en la cintura comenzó a brillar. Ryo Akiyama parecía atónito ante semejante hecho.
- Ken… - dijo firmemente – eres especial. Eres un niño elegido… pero… ¿cómo? Vamos, quiero referirme a… que no eres como yo… - miraba fijamente el brillante dispositivo de Ken – tú eres como los que yo dije antes… aquellos “niños elegidos”… has sido elegido para salvar el mundo, lo sé… ¡no lo entiendo! Apocalymon fue derrotado por ellos… Diaboromon fue derrotado por ellos… ¿qué ocurre? Se supone que la oscuridad debería haber acabado, al menos por un largo tiempo… ¿nos espera otra crisis? – decía, algo pesadumbroso, Ryo.
Ken se encogió de hombros y siguió jugando a lanzar al pequeño Wormmon por los aires y cazarlo en su caída. Era un juego bastante pueril, pero con semejante acompañante, todo era divertido. Sentía que todas sus preocupaciones se habían esfumado. No se acordaba de nada. Ni siquiera de Osamu.
- Ken. Tenemos que irnos.
Ryo se estaba yendo del oasis y hacía señas al chiquillo para que lo siguiese, mientras este obedecía ante la desorientación lógica en su mente. El mayor de los dos humanos allí presente iba liderando el grupo, mientras que Ken caminaba rezagado mirando a su recién conocido compañero Digimon.
No se podía explicar de ninguna manera todo lo que le estaba pasando. Era tan repentino, tan fuerte, tan sorpresivo… Pero no importaba. Sabía que siempre iba a tener a su Wormmon a su lado. Nunca más habría problemas. Pese a que Ryo avanzase un poco preocupado por haberse revelado la condición de niño elegido de Ken, él se sentía alegre.
- Oye, pero no te pienses que tú eres el único niño elegido, ¿eh? – sonrió orgullosamente Ryo – yo también lo soy. Pero estoy preocupado porque tú eres… distinto. Yo vine sin saber por qué, y un año después sigo sin saberlo. Pero tú has venido para salvar al mundo de una crisis que está por venir. Eres un niño elegido, digamos… superior a los demás. Como si dijese… “el Elegido”. No te puedo decir nada más… no tengo ni idea.
Ken escuchaba pero apenas atendía. Seguía a Ryo, pero no tenía meta. En su mente solamente rondaba la idea de pasar el resto de su vida junto a su nuevo, y, para qué negarlo, extraño amigo. Las miradas del humano y el digimon se cruzaban continuamente, pero ninguno de los dos podía articular palabra debido a la emoción que les causaba haberse conocido. Ken se sorprendió al comprobar que estos seres eran inteligentes y demostraban sentimientos, aunque seguía sin acabar de creerse que no estuviese soñando.
Todas sus dudas sobre la veracidad de estas experiencias se disiparían al comprobar cómo no eran los únicos en aquel desierto. Una masa de pelo gris, o al menos así lo vio Ken, apareció rápidamente de entre las arenas, dispuesto a atacar al pequeño. Cuando se disponía a taparse la cara con los brazos para intentar repeler la ofensiva sorpresa de aquella cosa, que podría describirse como una especie de mezcla entre conejo y tigre, de pelaje espeso y orejas largas, Wormmon se lanzó a proteger a su amigo como si fuese su razón de vivir, embistiendo con decisión al atacante, quien huyó a través de los médanos, ahuyentado por el golpe recibido del gusano verde, el cual cayó al suelo algo resentido del duro choque.
- ¡Wormmon! – Ken se lanzó a auxiliar a la criatura, quien había golpeado con fuerza el suelo tras su caída - ¡Wormmon! ¡Wormmon!
Wormmon abrió los ojos y miró a Ken, cuyo gesto preocupado parecía pedir a gritos algo de calma en aquel tranquilo caos.
- No te preocupes… no ha sido nada… estoy bien… - Wormmon estaba algo dolorido, pero no quería alarmar a su compañero.
De repente la mirada de Ken cambió a completa alegría y tranquilidad por saber que Wormmon estaba bien. En tan poco tiempo habían conseguido una compenetración digna de elogio. Ryo, quien contemplaba la escena algo sorprendido, podía sentirse más que orgulloso por Ken y muy alegre por Wormmon, quien había visto recompensada su espera. Aunque a Ryo le diese pena tener que separarse de Wormmon, sabía que no era su compañero sino el de Ken, y no tenía duda alguna sobre la capacidad del pequeño para cuidar de él.
- ¿Sabes, Ken? Estoy tan feliz de ser tu compañero… - dijo suavemente el digimon – porque eres tan bueno y tan amable…
- ¿Amable? – Ken interrumpió el bonito discurso de su compañero, pero le había extrañado esa palabra.
Una imagen nítida vino a su mente. Podía ver como él y su hermano estaban en la terraza de su cuarto, con aquellas pompas de jabón que volaban libremente, y escuchó de nuevo la voz de su hermano diciendo:
- ¿Ves, Ken? – Osamu sonreía alegremente pese a que su burbuja había desaparecido – El único que puede hacerlas eres tú, porque soplas con la suavidad adecuada para crearlas tan grandes. Lo haces con amabilidad.
Ahora comprendió el verdadero significado de lo que le había dicho su hermano. La amabilidad… quizás… quizás realmente había algo en su interior que valía la pena. Apartó la atención de su imaginación y siguió escuchando a su amigo.
- Sí, Ken… ¡pero la amabilidad sola no es suficiente! También debes ser fuerte, porque si no…
- ¿Porque si no qué? – Ken estaba ansioso por escuchar el importante consejo de Wormmon, tanto que ni le dejaba terminar sus frases.
- Pues está muy claro… - repuso suavemente – tu amabilidad te exige demasiado.
Ken no entendía muy bien lo que escuchaba, pero algo en su interior le decía que debía atender y tomar aquella lección. Wormmon alzó la mirada y los ojos de ambos se cruzaron en medio de aquel viento que amenazaba con convertirse en una tormenta de arena.
- Escucha, Ken… el dispositivo que llevas en tu mano te pertenece… no es de nadie más… es todo tuyo. Es como tu corazón, que solo te pertenece a ti… no lo olvides jamás – ambos se estaban enterneciendo – y además…
- ¿Y además…? – poco le faltaba al pequeño Ken para no soltar lágrimas de emoción.
- … no lo abandones - finalizó Wormmon.
Ken se sintió el chico más feliz del mundo en esos momentos. Acababa de descubrir el verdadero significado de la amistad, que se produce cuando ambas partes se preocupan mutuamente y son felices el uno con el otro. Los sentimientos de Wormmon no eran muy distintos. Había estado esperando muchísimo tiempo a Ken, y por fin se había dado ese encuentro. Sentía que era él y no otro.
- ¡Qué pena! – dijo Ryo, que apenas había hablado desde hacía un rato, - Wormmon… ¿sabes lo que esto significa?
- ¿Qué? – Wormmon estaba algo sorprendido.
- Que yo ya no pinto nada aquí.
Ryo Akiyama, el primer amigo de Ken Ichijouji en el mundo digital, dio unos pasos hacia un lado y desapareció entre el cada vez más fuerte viento, que a cada segundo cargaba con más arena en su interior. Wormmon y Ken reaccionaron caminando hacia donde se había ido el adolescente, pero no encontraron a nadie.
- Ken… debes irte – dijo Wormmon tristemente – yo me las apañaré bien. Mira, - dijo, mientras señalaba algo que parecía un televisor abandonado – apunta con tu dispositivo, y podrás irte.
- Pero, ¡Wormmon! – Ken se sentía apenado - ¡Yo no quiero irme! Soy feliz a tu lado…
- Debes hacerlo, Ken, hay gente que te quiere y que se preocupará por ti si ven que no estás.
El niño hizo de tripas corazón, agarró con fuerza el dispositivo que yacía en su bolsillo derecho y apuntó al aparato como le había indicado el Digimon. Una vez más, un destello inundó la escena. Ken sintió náuseas. Lo siguiente que vio fue el ordenado cuarto de su casa. ¿Estaba de nuevo allí? Lo confirmó al ver como la puerta se abría mientras el ordenador aún centelleaba.
La figura que entró en la habitación era conocida. Pero su expresión no.